"Yo soy como la luciérnaga que necesita la noche para brillar y vivir", parafraseando a Juan Carlos Aragón, intento definirme. Necesito la noche, sin más, durmiendo, desvelada o tan despierta que mis sentidos estén al cien por cien, más que en una clase de lingüística.
Entre las noches que necesito también tienen lugar las noches de insomnio; de desvelo; de besos callados en el asiento trasero de un coche; de coplas y guitarras hasta el amanecer en buena compañía; de risas y fría sentada en un duro banco de piedra; de miradas cómplices y furtivas que no llegan a nada; o, incluso, de una lectura seductora que no invita al sueño.
Durante la noche, como la luciérnaga, es cuando: vivo, bebo, sueño, duermo, hablo, callo, canto, beso, amo, odio, leo, escribo, deseo… y brillo, sin más luz que la de mi compañera, la luna.
Luciérnaga
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