"Yo soy como la luciérnaga que necesita la noche para brillar y vivir", Juan Carlos Aragón Becerra

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Escribir, leer, releer, vivir... todo es lo mismo

"Mire, Daniel, a mi edad o uno empieza a ver la jugada con claridad o está bien jodido. Esta vida vale la pena vivirla por tres o cuatro cosas, y lo demás es abono para el campo. Yo he hecho mucha tontería ya, y ahora sé que lo único que quiero es hacer feliz a la Bernarda y morirme algún día en sus brazos. Quiero volver a ser un hombre respetable, ¿sabe usted? No por mí, que a mí el respeto de este orfeón  de monas que llamamos humanidad me la trae flojísima, sino por ella. Porque la Bernarda cree en estas cosas, en las radionovelas, en los curas, en la respetabilidad y en la virgen de Lourdes. Ella es así y yo la quiero como es, sin que me cambien ni un pelo de esos que le salen en la barbilla. Y por eso quiero ser alguien de quien ella pueda estar orgullosa. Quiero que piense: mi Fermín es un cacho de hombre, como Cary Grant, Hemingway o Manolete."


¿Cuántos hombres habrá y habrá habido, sobre la faz de la tierra, deseando ser un cacho de hombre para una mujer? Dispuestos a obtener respetabilidad, no por ellos, sino por la mujer con la que desean pasar el resto de sus vidas, con la única meta de poder morir algún día entre los brazos de una Bernarda.
Y, ¿cuántas Bernardas han tenido que abrazar con fuerza a su Cary Grant mientras éste exhalaba las últimas gotas de aire?

Puedes leer mil veces un libro por el mero y puro placer de recorrer, una y otra vez, con tus ojos una historia que te ha embelesado. Pero siempre que lo hagas, descubrirás algo nuevo; como si el libro se reescribiera para ti. Aunque esta reescritura, no corre por cuenta del autor, sino del cansino lector que extrapola su lectura a una vivencia, un comentario o simplemente una anécdota.
Ruiz Zafón, al poner estas palabras en boca del entrañable Fermín Romero de Torres, pensaría en una Bernarda o en un Fermín presentes en su vida. Yo, al releer este párrafo, supe que estaba escrito para una Bernarda, de tantas otras, que vió morir a su Fermín entre sus brazos. Una Bernarda que tuvo que soportar ver como Fermín iba olvidándose de todo poco a poco, como si ni siquiera ella hubiese existido. Un Fermín, que un día soñó ser Cary Grant y que lo consiguió, pero que quizás postrado en su cama, sin pizca de aire galán, ya habría olvidado que un día lo fue. Pero en los ojos azulísimos de Fermín, Juan, Luis o como queramos llamarlo, podía verse esa claridad de jugada, esa meta en la vida: hacer feliz a Bernarda.

Y, ¿qué sucede cuando Fermín desaparece de la historia? Sucede algo inaudito, único, irrepetible. Bernarda es feliz cada vez que rememora los momentos en los que su Cary Grant deseó hacerla feliz. Recuerda cada momento que él no pudo recordar en sus últimos días. Cuando la miraba desde la puerta de la cocina oyendo intrigadísima la radionovela; cuando cogía su rosario y se iba a misa, más guapa que ninguna; o cuando estaban tumbados en la cama y Fermín le acariciaba la barbilla pinchándose con ese pelito que le salía y que ahora se ha tornado nieve.
La mayoría de las veces, Bernarda recuerda ensimismada mirando la televisión, para sí misma, como si esos recuerdos fuesen imágenes de la telenovela que está viendo. Pero, en otros momentos, sus recuerdos son en voz alta, ante Daniel, o como queráis llamarme; porque al minuto de la conversación no tiene importancia mi presencia. Y Bernarda cuenta una historia para ella, sólo por el placer de saborear cada una de las palabras que va pronunciando; rememorando momentos de un libro, el de su propia vida, que aún está por terminar, pero del que no se cansa por más veces que vuelva a leerlo.

Luciérnaga

jueves, 15 de diciembre de 2011

Mi cajón rebelde

Echando un vistazo a mi disco duro, guardado en el cajón de los desastres, he encontrado una joyita de hace seis años nada menos. Así que, si alguno de los que os asomáis por mi rincón de vez en cuando, encontráis mis letras algo más torpes de los que es habitual en mí, no os asustéis; se trata de la inexperiencia y la rebeldía propia de la juventud.
Espero que, al menos, reflexionéis en cuanto a todo lo que conlleva el texto: el tema, su profundidad, la forma y el estado de ánimo desde el que está escrito, etc. No sé por qué, pero siento la apremiante necesidad de publicarlo. 



                                        ¡ NO VOY A  HABLAR !     



   Hoy, en una tertulia de sobremesa, me han tachado de no saber hablar. Y no digo que no, pues aún estudiando el modo y el uso de las letras, soy una conversadora un tanto exacerbada que se siente amenazada con cualquier comentario dirigido hacia sus ideales. Pero tengo a mi favor el hecho de que al no saber hablar o conversar, quizás Dios quiso otorgarme el don de la escritura, con la que Él consideraría (me atrevo a aventurar) que una servidora podría defenderse de todo tipo de acusaciones o, como en muchas ocasiones, de expresar lo que siento. Pues como bien digo, voy a hacer uso de este preciado don, que a mi parecer me caracteriza, alegando todo lo que no he podido o no se me ha permitido alegar no hace mucho:

   En primer lugar, ninguno de los que vivimos en este siglo XXI de la ciencia y de la “contranatura”, sabemos cuál de nuestros allegados nos sorprenderá con la noticia de que es homosexual. Por este motivo no podemos precipitarnos en nuestras opiniones sea cuál sea nuestra ideología, tanto política como religiosa. Quién sabe si el día de mañana un hijo nos confesará su amor por otro hombre, o una hija lo hará del mismo modo por una mujer; y creo, que ningún padre, por poco que entienda la situación, con dos dedos de frente y sobretodo con amor hacia sus hijos, los dejará en la estacada como si de trastos inútiles o no deseados se tratase.
Ya no sólo hablando de padres e hijos, también en el ámbito de la amistad reflexiono sobre la reacción, más aún cuando en este campo me toca de lleno y puedo opinar.
Yo, como persona de izquierdas, defiendo la unión entre personas del mismo sexo y comprendo que se quieran y que deseen pasar el resto de sus vidas juntos; por otro lado, como cualquier pareja heterosexual, entiendo que se separen al descubrir sus diferencias. A mi parecer, son personas normales, que desean y que ahora tienen la oportunidad de hacer una vida normal, sin que nadie pueda mirarlos por encima del hombro cuando van paseando por la calle cogidos de la mano.

   No soy persona que demuestre con facilidad sus sentimientos y no me gusta ir cogida de la cintura de mi pareja mientras camino; pero respeto a todo aquel que lo hace, indiferentemente de su condición sexual. No obstante, detesto el comportamiento de algunas parejas que, no sé si queriendo o no, alteran el orden público o al menos escandalizan a personas mayores o niños. Bien sabemos todos que en la calle los niños corren el riesgo de aprender lo que los padres evitan a toda costa que aprendan; y no es todo el problema que un niño vea a dos mujeres besándose. Los padres muchas veces usan la televisión como niñera, y es ahí donde nuestros niños toman un ejemplo que siguen al pie de la letra. Y quizás les haga más daño, en sus mentes aún no desarrolladas por completo, ver como un hombre mata sin piedad a otro; que la imagen de dos hombres besándose.

   En cuanto a uno de mis contertulios, el cual comentaba con mucha convicción, por cierto, y cito palabras textuales, que ”los maricones están todos enfermos”, espero pacientemente a que me recomiende el libro o el tema en el que aparece dicha enfermedad, tratada y estudiada en todas la facultades de Psicología (supongo).

   Aún no entiendo como una persona de veintitantos años puede mantener y defender, hoy en día, que ser homosexual es algo anormal, y que no vea con buenos ojos que a los niños se les hable de esto para que puedan comprenderlo todo mejor; cuando tan solo con el hecho de hablarlo podríamos empezar a crear una sociedad más abierta y comprensiva.  Por culpa de estas mentes retrogradas, nuestra sociedad sigue sin avanzar y muchos  adolescentes, y no tan adolescentes, se sienten acorralados en el rincón de un recreo o pandilla, llamado comúnmente “armario”.




  Luciérnaga                                                                      6 Diciembre de 2005