"Yo soy como la luciérnaga que necesita la noche para brillar y vivir", Juan Carlos Aragón Becerra

miércoles, 30 de marzo de 2011

El callejón de mi gran avenida

Me lo encontré en la calle, estaba mirándome en silencio; como quien ya ha estado observando y conoce a la perfección a la persona anónima con la que se topa. Mientras yo caminaba él no apartaba su mirada. Debería haberme sentido incómoda, observada por un desconocido; pero me gustaba. De algún modo era como si yo también lo conociera a él, como si nuestras miradas se hubiesen encontrado en muchas más ocasiones, recortando la distancia que en ese momento nos separaba.

La plazoleta estaba repleta de gente, pero tuve la impresión de que estábamos solos. No quise pararme, me dió miedo sentir familiaridad con ese extraño. Seguí adelante con mi camino, pero con un paso increíblemente lento. Mi cabeza ordenaba correr, pero mi cuerpo sentía una atracción suprema hacia ese cuerpo que permanecía inmóvil y observante al otro lado de la plaza. Decidí dejar de mirar atrás, no quería confusiones; o, más bien, no quería descubrirle el temor que sentía.
Cuando quise darme cuenta, él estaba detrás de mí. Nos separaban apenas unos pasos y yo podía sentir su mirada, su incesante mirada clavada en mi espalda. Temía, sin embargo me sentía protegida, respaldada por un completo desconocido que me seguía con descaro.

Dejamos atrás la plaza en la que nos habíamos visto por primera vez, hacía pocos minutos, y entramos en una gran avenida, la cual a mí me pareció un callejón en el que apenas podían encontrarse dos personas. Mi extraño me seguía sin ningún reparo y yo no quería volver mi mirada y enfrentarla a la suya.
En un instante me vi apoyada en una pared, rodeada por los brazos de un hombre que cada vez me resultaba más cercano. Me miró, no apartó su mirada hasta que yo, no sin cierto miedo, decidí mirarlo fijamente; me rehuyó la mirada. Acariciaba mi cara, solo con la yema de sus dedos, parecía tener miedo a que yo pudiera romperme. No me aparté, no tenía miedo. Esas caricias me estremecían de tal manera que no deseaba otra cosa que no fuese parar el tiempo en ese instante. Parecía que había estado ensayando como tocarme y que, por otro lado, improvisaba la manera más correcta para hacerlo.
Rodeó mi cintura con sus brazos y yo apoyé mi cabeza en su hombro. Nunca creí que pudiera estar tan tranquila y despreocupada. Ni siquiera veía a los transeúntes que no dejaban de andar por el callejón de mi gran avenida.

Pensé que me iría de aquel lugar habiendo sentido algo que jamás había experimentado y que sólo había durado unos minutos o quizás horas, no era capaz de calcular el tiempo. Pero antes de que yo decidiera apartarme de él, me tomó la cara entre sus manos y susurrándome lo mucho que había esperado hacer eso, me besó. Fue el beso más cálido y dulce de toda mi vida. En ese momento creí que el universo entero se había parado a mis pies.Y cuando quise darme cuenta lo tenía a metros de mí y leí en sus labios, los que segundos antes estaban rozando los míos, un "te quiero".

Cada tarde vuelvo a pasear por mi plazoleta, recorriendo mi pequeña gran avenida, esperando que aparezca de repente rodeándome porla espalda y me diga que me quiere; pero nunca lo encuentro, solo hay gente desconocida, con prisas. Me tropiezo con personas que no saben mirarme, con las que no encuentro una mirada familiar, conocida.


Luciérnaga

lunes, 28 de marzo de 2011

No resistas la tentación

Aunque parezca mentira, sí he colgado dos entradas en un día. Y es que era un poco increíble que haya dejado pasar el carnaval sin colgar nada de nada. De manera que aquí os dejo algo; casi como un sacrilegio, por las fechas y por el contenido, pero ahora mismo esta presentación dice cosas que puedo llegar a sentir como dirigidas a mí misma.
Espero que disfrutéis del gran J.C. Aragón:


Para qué quieres, princesa mía, el alma
como una virgen, limpia y libre de pecaos,
si los besos más bonitos que se guardan
son los que se han robao.
Qué pobre diablo te contó la gran mentira
de que el dinero no da jamás la felicidad.
Quién te lo contó, qué diablo más pobre sería,
o qué poco te quería dar.
Tú no resistas la tentación, no, no, no, no y no le temas a Dios que conmigo no puede.
Y como no hay piedras en el cielo, sobre la Tierra no podrán caer.
Sobre la tierra no hay más que dolores y miedo a ganar y a vivir, a morir y a perder.
El bien es tan aburrido que hasta los buenos parecen tontos del to.
El mal es más divertido, por eso en el mundo, el único príncipe soy yo.
El bien es lo que te enseñaron para ser un esclavo al servicio de los demás.
El mal te sale del alma y es la manera más humana de sentir la libertad.
El mal resiste derrotas. Ni el amor lo puede parar.
El mal no pasa de moda. El mal no tiene final.
El mal se asoma y se esconde y se disfraza de bien.
El mal es la obra del hombre porque no hay demonio más grande que él.
Tú no resistas la tentación, no, no, no, no y no le temas a Dios, que conmigo no puede.
De tanto como me han dicho que soy el demonio,
me he convertido de pronto en el Príncipe del Mal
y me he vestido de fiesta para llamar a tu puerta
por carnaval.
Para llamar a tu puerta por carnaval.




http://www.youtube.com/watch?v=yG-FD4SyrDU

Una parada en el camino

Poquito a poquito. Así es como, últimamente, anda esta luciérnaga. Después de haberme fracturado un alita por ir demasiado deprisa, prefiero tomarme las cosas con calma, sin prisas. Y es que, éstas no son buenas compañeras de viaje.

A veces en tu mapa o guía turística, no tienes señalados algunos puntos como parada, pero sin haberlo esperado, sientes la imperiosa necesidad de hacer un alto en el camino; y ese museo, se convierte en una parada obligatoria. No puedes pasar de largo por su puerta sin entrar y disfrutar de todo lo que te ofrece. Es casi como una tentación imposible de rechazar.

Yo pensaba seguir adelante con mi camino y no pararme demasiado, porque pararse en cualquier sitio supone visitarlo y, por decirlo de algún modo, enamorarse de él. Pero es difícil, viajar disfrutando solo de los kilómetros hechos; el viaje merece la pena por todas las vivencias que después se atesoran como recuerdos.
Ahora echo la vista atrás y aunque pretendo mirarlo todo como un recuerdo, no puedo hacerlo. Me quedaría viviendo en ese museo que visité, casi sin querer. Porque he descubierto que es un sitio cómodo, familiar, donde puedo ser yo misma y donde no tengo miedo a nada. Pero, también pienso, a veces, que ese museo no es más que un oasis y que la realidad, lo cotidiano, es mucho más duro y difícil.

Supongo que los viajes siempre nos dejan así, añorando el lugar en el que estuvimos y planteándonos volver a ese precioso sitio para refugiarnos en su oasis.


Luciérnaga

viernes, 18 de marzo de 2011

Abandonando la trinchera

Siempre hay que sacar una enseñanza de cualquier experiencia. Algunas veces, este didactismo se queda en decepciones o en un sentimiento de desprecio o de simple pasotismo, que nos sorprende a nosotros mismos.
En estos últimos meses de mi vida he aprendido a ignorar, a pasar por alto todo aquello y a todo aquel que no me aporta nada, aunque en otro tiempo sí que me haya nutrido de sabias experiencias y de buenos ratos.

No es fácil hacerse de un escudo como este y, mucho menos, cuando no se tiene la suficiente fuerza de voluntad para acercarse a la tienda y comprarlo. Pero una vez que lo tienes en tu haber, y te percatas de que con tu nueva adquisición no es que seas más fuerte, si no que puedes ocultar mejor tus debilidades; crees que nada ni nadie lograra sacarte de esa trinchera, que tan concienzudamente has construido. Con el tiempo te das cuenta de que nada de eso es así, son falsas creencias que tú mismo has hilvanado para creerte superior. A esa trinchera son muchos los que dejan de asomarse, cansados de encontrarse siempre con un rechazo. Otros, sin embargo, consiguen entrar haciéndote creer que ese huequecito puede llegar a ser de los dos; y sin que te des cuenta, se marchan y tú esperas pacientemente la vuelta, hasta que un buen día te das cuenta de que no volverá, se ha cansado de estar ahí dentro contigo. Hay quien ha entrado con una escalera en la mano para hacerte salir, y sí, las has usado; pero sólo para un ratito porque más tarde has vuelto a tu cálido rincón.

Pensaba que nadie podría conseguir, que por misma, decidiera apartar el escudo y asomar la cabeza al exterior; pero sí. Además he sacado una enseñanza. En realidad, es algo que me ha enseñado durante toda la vida. Una magistral lección de humildad, de saber estar y de trabajo duro y entregado a los demás. Ella no leerá nunca esta entrada, pero puede sentirse orgullosa porque si sus palabras caen en saco roto, teniendo en cuenta para quien van dirigidas; a mi, se me han quedado grabadas en el corazón para el resto de mis días.

Y es que no hay mejor escudo con el que defenderte, que el valor y la fuerza de mi voluntad que una madre, mi madre, puede mostrar en los momentos más duros.


Luciérnaga.

sábado, 12 de marzo de 2011

Deja de decir perogrulladas

¡Cuantos días sin dirigir ni un minuto de mi atención a este rincón! Sin embargo hay otro rinconcito de la red que merece mucha más atención por mi parte que cualquier otro. Aunque no lo creas, casi todas las visitas que contabiliza el marcador son mías.
Saber que necesitas de mi luz para seguir adelante es una incongruencia, porque soy la que no puede avanzar, ni dejar pasar un sólo un día sin vislumbrar un par de párrafos enviados desde cualquier parte del mundo.
Lo que he pretendido siempre es dejar pasar el tiempo y alejarme de toda información que pudiera tener acerca tuya; pero lejos de todo eso, has conseguido que me interese más: soy yo la que no quiere "separarse".

Seguro que son muchas las veces que piensas que me tienes a mil años de luz de distancia, pero te equivocas has conseguido mucho (aún siendo un tremendista), aún no respetando lo que yo te dijera o lo que tú decidieras que era mejor para mí.

Ahora mismo me falta un ala y no puedo volar a través de ese túnel en el que has decido acampar, pero estoy fuera; sólo tienes que salir a buscarme: ¡¡¡HAZLO!!!