"Yo soy como la luciérnaga que necesita la noche para brillar y vivir", Juan Carlos Aragón Becerra

sábado, 30 de marzo de 2013

El tiempo entre costuras

Andar por la vida, caminar con paso firme, pensando que cada día puede ser el último; que cada instante, cuestión de segundos, conforma el regalo más preciado qe Dios puede regalarnos. Y todo, no dando puntada sin hilo como la buena y experimentada artesana de la aguja, que lleva a cabo preciosos brocados que permanacen en la retina de quienes bien la quisieron. Una mujer  tenaz, llena de esperanza la cual cantaba y reía, quizás para sobrellevar mejor sus penas.

No todas las puntadas han de ser visibles, al ojo humano, en un retal de tela. Hubo quien bordaba, vivía, aprovechando los momentos más sencillos y humildes que la vida nos ofrece; que no son más que breves paradas en cualquier esquina para charlar con un vecino de lo que podamos tener en común , y, siempre, acabar hablando de Dios.

Quizás, hubo alguien que aún no había aprendido el bello arte de la costura. Probablemente tan sólo supiera hilvanar siguiendo un patrón determinado; y, con total seguridad, alguna costurera más precisa hiciera rehacer esas puntadas jóvenes e inexpertas.

Todos, experta, parlanchín o joven, han dejado sus costuras palpables a nuestros sentidos, firmes en nuestra fe. Por ello, cada uno de nosotros lo demuestra, a su manera, viviendo cada instante como si fuese el último.

martes, 19 de marzo de 2013

Personajes huidizos

Sentir que te falta información; pretender plasmar una historia y encontrarte garabateando un folio inmaculadamente blanco.

Esta aprendiz maquina, piensa e imagina un relato por contar, pero sus personajes son tan redondos que han chocado entre sí. Encontré dos fuertes personalidades para llevar a cabo una historia. Me parecieron perfectos, daban el perfil idóneo para formar parte de lo que estaba merodeando por mi cabeza. Intenté conocerlos, atribuirles cualidades, desaciertos, esperanzas. Busqué una vocación para cada uno de ellos, un pasado y un presente. Les proporcioné miedos y sinsabores; y cuando, por fin, estaban hechos a la medida deseada, los presenté.
Se conocieron, charlaron, intercambiaron impresiones. No sé qué pudieron decir o hacer; les concedí el libre albedrío. Me hubiese gustado que sus conversaciones versaran sobre mi buen trabajo, del tiempo que dediqué en hacerlos tan reales, diferentes y complementarios. Pero tengo la sensación de que se ensimismaron hablando de ellos mismos, de sus inquietudes, precisamente áquellas que en su día yo les proporcioné.

Hoy han desaparecido, no los encuentro. Quizás hayan querido rehacer la historia que yo había forzado; o simplemente, cada uno haya seguido su propio sendero. No lo sé.

Jugar a ser Dios no ha resultado una buena idea para esta aprendiz, pero estaré aquí para cuando ambos decidan ser protagonistas de "nuestra" historia.


Luciérnaga

sábado, 16 de marzo de 2013

La mar

"Porque a veces se cruzan dos ríos", supongo que es así. Cuando menos lo esperas, y quizás cuando en realidad más lo necesitas, es cuando se te cruza un río. Y en realidad, no sabes de dónde nace su manantial, ni el recorrido que lleva, ni siquiera si son muchos los meandros que esboza en su camino hacia el mar.

Pero ahí estás tú, en una orilla que no creías que ibas a encontrar, ante las aguas bravas de un río que desconoces por completo. Y un gran dilema te invade: no sabes si cruzarlo o tan sólo caminar su recorrido. Y mientras lo decides te recuestas en su orilla para descubrir un agua cristalina, que empuja con fuerza y que te salpica con gotas refrescantes que te invitan a sumegirte y comprobar la profundiad de éste. Tú, ensimismado en tus pensamientos, pierdes el equilibro y caes dentro del agua. Has caminado tan cerca de su límite natural que has confundido tierra firme con el líquido incoloro. El torrente de agua te arrastra, golpea tus extremidades provocando un placer que jamás habrías imaginado sentir embullido por el agua. Al principio, pusiste resistencia, quisiste nadar contracorriente; pero poco a poco, con el paso de las horas, caíste en la cuenta de que ese agua eras tú mismo y te dejaste llevar...

No sabes cuánto tiempo pasó, sólo conoces donde estás ahora, un inmenso oceáno te arropa. No quieres nadar hasta la orilla, ni encontrar la desembocadura que te ha guiado hasta aquí. Sólo sabes que estás bien; que el sol dora tu piel, mojada bajo el agua; y que el salistre es saboreado por tus labios, los cuales tan sólo buscaban eso: besar el mar, la mar.


Luciérnaga