"Yo soy como la luciérnaga que necesita la noche para brillar y vivir", Juan Carlos Aragón Becerra

sábado, 16 de marzo de 2013

La mar

"Porque a veces se cruzan dos ríos", supongo que es así. Cuando menos lo esperas, y quizás cuando en realidad más lo necesitas, es cuando se te cruza un río. Y en realidad, no sabes de dónde nace su manantial, ni el recorrido que lleva, ni siquiera si son muchos los meandros que esboza en su camino hacia el mar.

Pero ahí estás tú, en una orilla que no creías que ibas a encontrar, ante las aguas bravas de un río que desconoces por completo. Y un gran dilema te invade: no sabes si cruzarlo o tan sólo caminar su recorrido. Y mientras lo decides te recuestas en su orilla para descubrir un agua cristalina, que empuja con fuerza y que te salpica con gotas refrescantes que te invitan a sumegirte y comprobar la profundiad de éste. Tú, ensimismado en tus pensamientos, pierdes el equilibro y caes dentro del agua. Has caminado tan cerca de su límite natural que has confundido tierra firme con el líquido incoloro. El torrente de agua te arrastra, golpea tus extremidades provocando un placer que jamás habrías imaginado sentir embullido por el agua. Al principio, pusiste resistencia, quisiste nadar contracorriente; pero poco a poco, con el paso de las horas, caíste en la cuenta de que ese agua eras tú mismo y te dejaste llevar...

No sabes cuánto tiempo pasó, sólo conoces donde estás ahora, un inmenso oceáno te arropa. No quieres nadar hasta la orilla, ni encontrar la desembocadura que te ha guiado hasta aquí. Sólo sabes que estás bien; que el sol dora tu piel, mojada bajo el agua; y que el salistre es saboreado por tus labios, los cuales tan sólo buscaban eso: besar el mar, la mar.


Luciérnaga

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