"Yo soy como la luciérnaga que necesita la noche para brillar y vivir", Juan Carlos Aragón Becerra

lunes, 6 de junio de 2011

No es tan difícil

Tener un mal día y no saber acabarlo correctamente es el error más enorme que se puede llegar a cometer. Sabiendo, a ciencia cierta, que al caer el sol te espera la parte más reconfortante del día y que, esas mínimas horas pueden conseguir que hasta la jornada más negra pueda acabar con una sonrisa; y conseguir, no sólo no dejar que la comisura de tus labios esboce ni una media luna, sino que la luna entera que deseas ver cada día al regresar a casa, se vea reconvertida en la cara de "día funesto" que tú has cargado durante más de doce horas, llega a ser el castigo más cruel que pueda recibir alguien.

¿Por qué nos cuesta tanto dejar en el umbral de la puerta nuestros problemas? No es tan difícil cuando sabes que lo que te espera al otro lado es tu paraíso particular, tu "séptimo cielo".

Pero hay veces, en las que esa nube celestial desaparece mucho antes de que decidamos meter la llave en la cerradura de la puerta de casa. Incluso, hay otras muchas ocasiones, en las que llegamos y reconocemos la puerta, el felpudo y llegamos a leer nuestro nombre en una plaquita junto la mirilla; pero antes de intentar abrir, intuimos que no es nuestra casa, que no tiene ese toque necesario para que lo sea, le falta algo.
Quizás el toque que necesita esa puerta es una placa más grande, donde quepa otro nombre. O quizás, lo único que esa casa necesita es una foto en el recibidor, que nos recuerde que las dos sonrisas se buscan al llegar el final del día. O, simplemente, una nota pegada en el marco de esa foto, donde se nos diga que sin nuestra sonrisa, sin nuestra presencia, sin ese toque especial, esa casa no podría ser la que es; y mucho menos, la persona que nos acompaña en la foto podría seguir regalándonos esa luna llena, si desde fuera de la foto nosotros dejamos de imitar su sonrisa.


Luciérnaga

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